Friday, June 26, 2009

Verano en Nueva Inglaterra


Los días de nieve han pasado a pesar de que por algún momento pensé que nunca terminarían. Ahora que puedo reflexionar a manera un poco más distante sobre los días de invierno en Nueva Inglaterra puedo decir que a pesar de su inconveniencia para la vida moderna, hay muchas veces que son bellísimos. El espectáculo de la blanca nieve contrastando con el verde intensamente oscuro de los pinos y abetos recargados por la acumulación es algo digno de verse. Claro que para el tráfico de vehículos no es tan solo una inconveniencia, sino un real riesgo. Pero la nieve y los árboles estaban aquí mucho antes que las carreteras y los automóviles, y seguirán aquí mucho después que aquellos desaparezcan en la historia.

Pero al fin, a finales de abril (¡abril, lo pueden creer!) el invierno finalmente decidió soltar a esta tierra de sus gélidas manos y se fue a dormir hasta la siguiente visita. Poco a poco los árboles de hojas caducas empezaron a brotar botones de un tierno verde y para mediados del mes de mayo la naturaleza se desbordo en una sinfonía de color. Los cerezos y otros árboles explotaron con matices rosas, rojos, blancos y tierno verde. Las auroras extendieron sus dedos rosas sobre la tierra cada día más temprano y la temperatura empezó lenta pero seguramente a subir sobre el punto de congelación. La primavera aquí fue algo que nunca había experimentado; el gozo de la resurrección después de los fríos y oscuros días de un largo invierno. No puedo describir la sensación de felicidad al ver el sol y la naturaleza retornar a la vida. La ansiedad de salir y tomar el sol, de disfrutar de los días más tibios y de la naturaleza resurgente es casi irresistible.

Ya entramos en el verano y los colores tiernos y nuevos de la primavera han cedido su lugar a los verdes profundos y a las frondas expansivas de las plantas. Todo se cubre de verde y las lluvias llegan para regar el jardín que esta región. Confieso que en este verano bostoniano extraño el sol de suroeste americano. Aquí la vegetación es exuberante, y lo es por que llueve de manera constante. No es una lluvia como las que tenemos en El Paso y Juárez, de esas que caen como diluvio pero en media hora ya se extinguieron y no vuelve a llover hasta después de otros seis meses. Aquí la lluvia no es tan dramática, pero es constante, llueve todos los días, día tras día, toda la semana, por semanas. Hay días que el sol no brilla, cubierto por la cortina de nubes. Es una tierra fértil y templada, podríamos decir que sana hasta cierto grado por que no hay los extremos de sequía del desierto o el ambiente malsano del trópico, pero por otra parte es austera, sombría hasta cierto grado. Por algo le llamaron Nueva Inglaterra a esta región que incluye a Rhode Island, Massachusetts, New Hampshire y Maine. Comparten con la vieja Inglaterra el clima húmedo, las neblinas tan típicas de Londres, la constante lluvia.

Este clima produce una población con marcadas características; poco amables, parcas con los extraños, no muy cultivada en el trato, algo cortante. Por aquí no hay sonrisas al caminar por la calle, bueno por el mall, por que ya nadie camina por las calles. Cuando le abro la puerta a alguien, cuando sonrío a la mesera o a la cambista, cuando digo gracias, muchas veces la gente se me queda viendo como bicho raro. No están acostumbrados a las amabilidades. Y es que estos inviernos largos y brutales, con veranos llenos de días nebulosos, no es sorprendente. Hasta los hispanos que viven por aquí desarrollan este humor corto. Los días son increíblemente largos, creo que se debe a que estamos extremadamente al norte del hemisferio. A partir del 22 de junio los días empezaran a acortarse nuevamente, pero por lo pronto para las 3:45 de la mañana ya se anuncia el alba y la luz no se va hasta las 9:00 de la noche. Esto produce días larguísimos, pero no siempre muy llenos de sol.

Pero por otra parte, la mejor parte, la tierra aquí nos ofrece tanta belleza que es un regalo para los ojos. Hay lagos, ríos, colinas, bosques y todo a escasa distancia de cualquier parte donde uno se encuentre. El río Merrimack en Andover, el Sant Charles en Boston, ofrecen una vista increíble para mis ojos acostumbrados a las escasas corrientes del Bravo. Hay lagos placidos, mecidos entre las colinas frondosas, dignos de una pintura y que en días de sol ofrecen un solas para el alma de tan solo verlos. Hay iglesias blancas, de torres altas y columnas de tipo griego que fueron construidas por los colonos ingleses hace mucho tiempo. Las casas de los nativos neo-ingleses se esconden entre los árboles y en los caminos aldeanos y son una belleza con sus patios de césped recortado y sus alegres flores de todos colores, sobre todo los hermosos tulipanes que tanto se cultivan aquí, rojos, violetas, amarillos.

Dios ha sido generoso con estas tierras y tienen su belleza muy particular. No me puedo quejar al vivir rodeado de tanta belleza natural. Pero siempre pienso y suspiro por mi desierto, por los panoramas vastos y abiertos, por las montanas doradas y las arenas amarillas, por los cielos azul turquesa y el abundante sol. My familia paterna ha vivido en la región del norte de Chihuahua y lo que hoy es el suroeste americano desde hace casi trecientos años. El amor por esa tierra recia y árida corre en mis venas. Nueva Inglaterra es mi amiga, pero el desierto de Chihuahua es mi madre.


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